- Hoy volví a verla.
-¿Cómo te sentiste?
- Mal. No estaba sola.
- ¿Le hablaste?
- No. Desde que me dejó que no hablamos. Me gustaría pero sé
que ella no quiere.
- Porque ahora está con otro tipo.
- No. Porque cuando se fue dijo que no quería volver a verme
jamás.
- ¿Por qué te dejó?
- Por las voces. Esas que estaban en mi cabeza. Me pidió que
dejara de escucharlas pero no pude. Intenté buscar ayuda pero no funcionó. Ella
se dio cuenta de que yo nunca cambiaría.
- y se fue.
- Sí. Y también las voces. Ya no hubo nadie que me dijera
qué hacer con mi vida.
- Pero en vez de disfrutarlo fuiste detrás de ella.
- La amaba. Y sé que ella también me amaba. No podía dejar
todo así. Tenía que contarle lo de las voces.
- Pero llegaste tarde.
- Sí. Ella estaba saliendo con alguien. No pude soportarlo y
me escapé sin que supiera de mí.
- ¿Te gustaría volver con ella?
- Claro que sí. Aún la quiero... pero no se puede.
- ¿Por qué no? Sólo tendrías que encargarte de él.
- ¿Cómo voy a hacer una cosa así?
- ¿Todavía tenés ese viejo revolver? Lo ibas a usar en tu
cabeza cuando ella te dejó.
- Pero me di cuenta de que las voces se habían ido...
- Esta es tu oportunidad de tener una nueva vida. Tenés que
luchar por lo que querés. Llegó el momento... Tu momento.
- ¡Voy a hacerlo! Ella no va a enterarse... va a volver a
amarme... como antes.
Se levantó y tiró el cigarrillo al inodoro. Apretó el botón
y dejó correr toda el agua. Sacó la tapa de la mochila del inodoro y metiendo
la mano en ella extrajo una bolsa de plástico. De adentro de ésta sacó un
revolver. Le parecía extrañamente pesado, así que lo dejó sobre el canasto de
la ropa sucia mientras se lavaba las manos. Luego se lo puso en la cintura por
detrás y lo cubrió con su camisa.
Abrió la puerta y antes de salir del baño se volteó y dijo:
- Apagá la luz cuando salgas.
Ya era casi medianoche cuando volvió. Entró al departamento
y se sentó pesadamente en el sofá. Estaba muy agitado pero de a poco se fue
calmando. Se levantó la camisa y tomó el revolver que tenía sujeto al frente en
su cinturón. Lo sostuvo un rato antes de dejarlo sobre la mesa. Ahora le
parecía más liviano.
Entonces miró hacia el pasillo y vio la luz del baño
encendida. De un salto se paró sobre el sofá y temblando nerviosamente dijo:
- ¡Maldición! Creo que las voces han vuelto.
E.M.B.
11-03-2012
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