Nos comimos un asado en medio de la noche, perdidos en las sierras, bajo la luz de los ovnis. Algún comensal exigente pudo haber dicho que la carne estaba un poco dura, pero nosotros no podíamos quejarnos ya que nuestros cuchillos estaban bien afilados y la cortaban como manteca. Aun así debo admitir que las ratas de campo son más tiernas que las de ciudad, pero menos sabrosas. Además es más saludable la caza en pastizales a cielo abierto que en basurales a cielo abierto. Claro que entre la basura se encuentran muchas cosas y de las más variadas. Desde la guarnición para el asado hasta algún electrodoméstico que casi funciona. Y también se encuentra el combustible para el fuego con más comodidad. Nada de cortar leña o cargar bolsas de carbón. Todo a la mano y todo inflamable.
La otra vez nos comimos un asado prendiendo unas cubiertas de tractor. La carne parecía chicle, pero el fuego duró toda la noche y no pasamos frío. El humo ahuyentó a las moscas e hizo salir a las ratas de sus cuevas con lo que creció nuestra provisión de alimento.
Pero aquí estamos ahora vacacionando en las sierras, con cierta nostalgia de nuestra gran urbe. Acá el agua de los ríos no tiene gusto a nada y cada vez que hacés dedo alguien para y te lleva, así que siempre estás de un lado para otro y a la larga te cansa. O terminás perdido en Quiensabedónde. (Quiensabedónde es un pueblito de unos 100 habitantes que queda en una zona poco frecuentada de las altas cumbres y casi nadie conoce. Incluso se dice que en realidad no existe, pero yo lo vi. Y si hubiera tenido cinco mangos me compraba la remera pintada a mano que decía “Yo estuve en Quiensabedónde”). Lo mejor va a ser la vuelta. Eso si encontramos a alguien que sepa cómo salir del pueblo este.
Extraño la city.
Grillo
La otra vez nos comimos un asado prendiendo unas cubiertas de tractor. La carne parecía chicle, pero el fuego duró toda la noche y no pasamos frío. El humo ahuyentó a las moscas e hizo salir a las ratas de sus cuevas con lo que creció nuestra provisión de alimento.
Pero aquí estamos ahora vacacionando en las sierras, con cierta nostalgia de nuestra gran urbe. Acá el agua de los ríos no tiene gusto a nada y cada vez que hacés dedo alguien para y te lleva, así que siempre estás de un lado para otro y a la larga te cansa. O terminás perdido en Quiensabedónde. (Quiensabedónde es un pueblito de unos 100 habitantes que queda en una zona poco frecuentada de las altas cumbres y casi nadie conoce. Incluso se dice que en realidad no existe, pero yo lo vi. Y si hubiera tenido cinco mangos me compraba la remera pintada a mano que decía “Yo estuve en Quiensabedónde”). Lo mejor va a ser la vuelta. Eso si encontramos a alguien que sepa cómo salir del pueblo este.
Extraño la city.
Grillo
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